La ilusión es una sensación, un sentimiento positivo muy íntimo. La ilusión nos lleva a la motivación, la cual a continuación empuja nuestro trabajo. El trabajo exige un esfuerzo, un esfuerzo que nos lleva irremisiblemente a un objetivo de éxito. Un encadenamiento de sensaciones imprescindibles para el triunfo social y personal.
Pero, ¿qué hacer cuando la ilusión desfallece, cuando desaparece al enfrentarse a situaciones desalentadoras incomprensibles?
La desilusión suele provenir de situaciones ajenas, cambios en el entorno económico, pérdida de confianza. Todos son mecanismos de defensa ante la incertidumbre, generada demasiadas veces por la incompetencia de los líderes.
Pocos líderes políticos o aspirantes a líderes políticos salvadores de la humanidad, son conscientes de lo que cuesta establecer un entorno social y económico confiable y tranquilo, donde poder construir proyectos positivos beneficiosos para todos.
Los nuevos políticos harían bien en propiciar pequeñas señales que alentarían a los emprendedores a seguir apostando por el bienestar de todos. Muchos emprendedores hoy se sienten perdidos en las laberínticas marañas de normativas y legislaciones que pretenden ayudar, pero que por lo menos inicialmente complican la entrada de competidores en los mercados.
Los políticos tienen mucho que decir, mucho que hacer, y mucho que cumplir en la recuperación de la ilusión. Lamentablemente hay quienes apuestan por la destrucción para crear dependencia, cuando lo que nos ilusionaría más es la libertad, el éxito y la generosidad responsable.
Los ciudadanos sólo necesitan pequeñas señales positivas, pero siempre, todos los días. Sustituyamos la envidia por responsabilidad y solidaridad, en ambos sentidos.
Si la buscamos sinceramente, encontraremos la ilusión y
con ella la satisfacción del deber cumplido.
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