Las flores siempre han sido un elemento indispensable en las vidas de los humanos, de la raza o la ideología que sea. Prueba de cordialidad, de entendimiento y de amor entre los humanos, sean como sean. El turismo ha valorado las flores como elemento prueba de bienvenida, de simpatía, de buena y amable acogida. Con las flores todos hemos conseguido muchas cosas.
Pero las flores han tenido un gran poder omnipresente en la historia. El lenguaje de las flores, cada una de ellas con un mensaje implícito. Las flores se han identificado con la pasión, el amor, la amistad, el sentimiento, la gratitud, y muchas veces con el agradecimiento y el recuerdo. Las flores son una prueba de vida y de esperanza ante el fruto que de ellas nacerá.
El turismo ha usado las flores para contactar con amabilidad y respeto con sus usuarios. No hay buen hotel elegante que se precie que no tenga jardines con flores, y unos cuantos ramos distribuidos por la recepción, los pasillos, y los espacios más icónicos. Las flores van unidas a los sentimientos de cortesía y bienvenida.
También las flores han tenido a lo largo de la historia roles de gran importancia. En Portugal, las flores fueron el arma con la que la nueva revolución combatió a los soldados. Cada protestatario llevaba varios claveles, que iba ensartando en los cañones de los fusiles de los soldados desconcertados, llevándolos a reflexionar que ambos bandos no eran muy distintos. El resultado fue la “revolución de los claveles”, que se ha mantenido viva hasta nuestros días, abriendo paso a una sociedad más libre, más abierta, más solidaria, más justa.
Y en ello el turismo también se vio beneficiado, ya que la revolución de las flores llevó a cambiar el tono duro de las relaciones entre las personas. Todo gracias al poder de las flores (el flower power).
Muchos países podrían tomar ejemplo de esa revolución, cambiando las armas por flores, y llevando la paz y el entendimiento entre todos los estratos de sus pueblos.
Porque sin paz no hay turismo.
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