En el desierto chileno de Atacama, a más de 5000 metros de altitud, 66 antenas sincronizadas forman ALMA, el mayor observatorio astronómico del mundo. Un proyecto científico internacional en el que participa España y que, entre otros objetivos, pretende averiguar si existen en otras zonas del universo las condiciones necesarias para que haya vida. ¿Estamos solos en el universo? Aquí, en el desierto chileno de Atacama, a 5000 metros de altitud, esta pregunta recurrente a lo largo de la Historia no es una cuestión filosófica, sino un objetivo científico. «Me gustaría saber cómo de común es la formación de sistemas planetarios parecidos al nuestro y si la vida, tal y como la conocemos, se podría originar en cualquier parte del universo», lo explica la astrónoma madrileña Itziar de Gregorio. Ella, jefa de programas, es uno de los cinco astrónomos españoles que trabajan en ALMA, las siglas en inglés de Gran Conjunto Milimétrico/Submilimétrico de Atacama.
Inaugurado en 2013, ALMA es el observatorio astronómico más grande e importante del mundo. Un proyecto científico creado con la colaboración internacional de más de una veintena de países, entre ellos España, que explora el universo para tratar de responder, entre otras, a esa pregunta. Los responsables de ALMA saben que no es sencillo explicar qué hacen aquí. Como dice la astrónoma estadounidense Adele Punkett, «sabemos lo que estamos observando, pero no lo que estamos viendo».Un total de 250 personas de 60 países, en turnos de 8 días seguidos y 6 de descanso, se ocupan de que nada falle
almaobservatory.org
Para que pueda entenderse, dicen que desde aquí detectan y observan colores que ni siquiera conocemos. O que la luz es un carrete de miles de kilómetros del que nosotros solo podemos ver un fotograma. Porque ALMA no dispone de telescopios ópticos, como los que ya usó hace más de cuatro siglos Galileo para mirar al cielo estrellado, sino radiotelescopios que captan ondas de radio, las señales más bajas del espectro electromagnético. Y esas son las ondas del conocido como ‘universo frío’, los procesos físicos de baja energía que se producen en el exterior.
Un total de 66 antenas trabajan coordinadas para formar el telescopio más grande del planeta. Se encuentran agrupadas en un perímetro de 15 kilómetros por el llano de Chajnantor, en Atacama, el mejor lugar del mundo por sus condiciones climáticas para contemplar el universo. A esa altura de 5000 metros está garantizada la ausencia de humedad en la atmósfera, que alteraría las observaciones. Allí, 250 personas de 60 países, entre técnicos y astrónomos, se ocupan de que nada falle y de dirigir los cientos de observaciones que se hacen en turnos de 8 días y 6 de descanso.
Cuentan en ALMA que 2017 fue el primer año que el observatorio estuvo de verdad a pleno rendimiento y que el resultado fueron 243 artículos científicos publicados. Gracias a las imágenes que se han obtenido con esas antenas -imagínese 66 ojos mirando a la vez y un cerebro formando la imagen con todos los datos recibidos-, se ha detectado por primera vez la presencia de moléculas orgánicas complejas en un disco protoplanetario alrededor de una estrella joven: el tipo de moléculas necesarias para que se origine la vida. Y también se ha podido ver el nacimiento de una estrella y las explosiones de gas que se producen durante el proceso, confirmando así que esas explosiones no solo suceden con las supernovas, con la destrucción de una estrella, sino a su vez en su formación.
Y esto es apenas el principio
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«ALMA nos está empezando a dar información de cómo se formaron las primeras galaxias y cómo se forman sistemas planetarios parecidos al nuestro», ensalza De Gregorio. Ella, como astrónoma, trabaja en el campo base del observatorio, a 2600 metros, donde se encuentra la mayor parte de las instalaciones, desde las zonas de vida como dormitorios y comedor hasta la sala de control desde la que se dirigen las observaciones. Las 66 antenas están desplegadas en un perímetro de 15 kilómetros por el llano de Chajnantor, a una altura que garantiza la ausencia de humedad en la atmósfera
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A partir de los 5000 metros, en las antenas, el trabajo es técnico. Responsabilidad de personas como los chilenos Sebastián Castillo y Luis Titichuca. Siempre trabajan en parejas, para tener una mayor seguridad porque el frío y la altura son riesgos añadidos. «Si yo le pido a Luis un alicate y él me pasa una llave inglesa, sé que algo va mal…», explica Sebastián. Ambos se ocupan del mantenimiento de los equipos eléctricos y electrónicos de las antenas. del interior, el corazón de las mismas. ALMA ya está dando información sobre cómo se formaron las primeras galaxias. Ha permitido ver el nacimiento de una estrella
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Un espacio sorprendentemente limpio e inmaculado, como el que nos muestran cuando los acompañamos a una de ellas, donde está, como la llaman, ‘la magia’, los sensores y dispositivos de recepción de señales. De aquí salen los datos que llegan al edificio técnico en el que está el correlacionador. A simple vista, este parece el servidor de Internet de una gran empresa, pero a esta máquina la conocen aquí como ‘don Corleone’, el padrino, porque es imprescindible en el proceso. Esta computadora de 134 millones de chips procesa 120 gigas por segundo las 24 horas del día y es la encargada de sincronizar todos los datos de las antenas para lograr después generar imágenes del universo en movimiento.
La astrónoma Punkett dice que lo que más le impresiona es que el proyecto sea el resultado “de muchos gobiernos trabajando juntos”. Más de 2000 metros de altura por debajo, en la sala de control, los astrónomos como De Gregorio o Punkett coordinan cientos de observaciones diferentes. En octubre comenzó el quinto ciclo. ALMA no realiza sus propios proyectos, sino que abre su observatorio a concurso a científicos de todo el mundo. Para este quinto ciclo se han recibido más de 1600 propuestas, que son aceptadas o rechazadas por un comité de expertos. Los astrónomos locales trabajan para los ganadores de ese concurso, a los que se adjudica un tiempo de observación y que reciben después los datos obtenidos. «En un día se pueden hacer hasta 10 o 20 observaciones diferentes, porque algunas duran unas horas», explica Punkett, quien, más de dos años después de haber llegado a ALMA, confiesa que una de las cosas que más le impresionan aún es que este es el resultado «de muchos Gobiernos trabajando juntos».
Eso y, por supuesto, que, gracias a este proyecto, además de intentar responder a esa ya mítica pregunta de si estamos solos en el universo, podremos «entender mejor la Tierra y de dónde venimos». Mirar al cielo, paradójicamente, para conocernos a nosotros abajo en el suelo.
En el ‘cuartel’ del mando
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La astrónoma Adele Punkett en el centro de operaciones de ALMA, que funciona a pleno rendimiento desde el año pasado. Uno de los resultados más interesantes ha sido la imagen del anillo en torno a HL Tauri, una estrella a 450 años luz de distancia, en la constelación de Taurus. Esta imagen revela cómo se forman planetas como la Tierra alrededor de una estrella similar a nuestro Sol.
Las ‘piernas’ de los telescopios
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Los han bautizado como Otto y Lore y son dos vehículos descomunales de 25 metros de largo, 150 toneladas de peso y 28 ruedas cada uno. Han sido diseñados especialmente para ALMA, para poder desplazar las antenas, que pesan cada una 100 toneladas, en las instalaciones del observatorio. Dos enormes brazos de hierro levantan la antena a metro y medio del suelo para cargarlas sobre el vehículo y, a una velocidad máxima de 20 kilómetros por hora, poder trasladarlas.
Un telescopio tan grande como la tierra
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El ALMA no siempre opera solo. Durante cinco días del pasado abril, observatorios ubicados en todo el mundo, desde el Polo Sur hasta la isla de la Palma, coordinaron sus observaciones para lograr así tener el mayor telescopio de la Historia. El proyecto, bautizado como Event Horizon Telescope, tenía como objetivo estudiar dos agujeros negros imposibles de analizar sin ese diámetro de observación y se espera que los resultados se puedan conocer durante la primavera.
Por David López Canales
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