Comienza la guerra entre turistas y comunidad local en los centros urbanos. Por ahora la batalla la gana los visitantes, pero las predicciones no apuntan en esa dirección. Esto es solo la punta del iceberg que está comenzando aflorar…
El turismo no es lo que falla, sino el modelo turístico desarrollado.
Quizás para algunos o muchos profesionales y empresariado turístico, todavía piensan que eso de la #sostenibilidad es pura palabrería, algo de moda, algo que no les incumbe directamente aunque todos afirmen estar en esa línea de pensamiento.
Incluso muchas Administraciones Publicas Turísticas todavía siguen alardeando del numero increíble de turistas que llegan al destino, comparándose y compitiendo en cifras con otros destinos como si a mayor número de turistas necesariamente implicase mayores beneficios para el destino, la ciudad, el área natural y el territorio.
Recientemente las alarmas se han disparado, por la aparición de conflictos entre población local y población flotante, es decir turistas y excursionistas y población local, que en muchos destinos, especialmente urbanos, duplican y triplican en número a los residentes de aquellos barrios donde se ubican los alojamientos y las actividades de animación turística.
Esto es lo que se denomina reacción negativa activa de la comunidad anfitriona, que ha pasado de ser abierta y hospitalaria con los visitantes a tener una actitud defensora de su hábitat, cultura y espacio vital en el que tienen que competir con esa otra comunidad visitante que poco o nada les aporta y que deben necesariamente compartir el mismo espacio vital, cada vez más pequeño, para tanta población.
Cuando se habla de capacidad de carga turística, ya no es solo la referida al tema ambiental o cultural, sino la social, que afecta incluso a la salud de la población, ya que está causando muy seguramente situaciones de stress que pueden conducir al total rechazo a los visitantes que invaden ese espacio mínimo de intimidad que existen en las ciudades en las que el turismo explorador ha llegado y conquistado todos esos barrios y esquinas, que antes estaban al margen de estos flujos turísticos.
Es obvio que es un proceso que no suele ser rápido y que a través de indicadores se podría detectar y actuar con anticipación, pero en turismo normalmente se reacciona, versus anticipa.
El fenómeno del low-cost, así como la economía colaborativa ha permitido en tiempo record que millones de turistas que no tenían acceso a la oferta existente, ya puedan y eso implica que la demanda ha crecido y seguirá creciendo exponencialmente.
Pero algo similar está ocurriendo con la oferta, en especial en las grandes ciudades, donde plataformas de gestión de alojamientos, como AirBnB, ha dinamizado un nuevo sector de neo-viviendas turísticas, localizadas principalmente en lugares y barrios estratégicos, céntricos y en general aquellas zonas reservadas donde los turistas convencionales no llegaban por su desinterés.
La lucha por la disponibilidad de espacio, que además de limitado, es muchas veces incompatible en tiempo y espacio con los residentes, por sus costumbres de ocio sin reglas ni límites, provoca ansiedad y reacción negativa que cada vez será más fuerte. Sin mencionar el incremento desmesurado del coste de vida, entre otras variables.
Ya no está funcionando la zonificación por barrios o distritos, distribuyendo turistas hacia zonas con menos visitas u oferta alojativa y de ocio, porque al final y por obvias razones, surgen diferentes emprendimientos privados y públicos, que terminan por congestionarlos también.
Pero la pregunta del millón: ¿Quién o quienes se benefician de estos flujos de turistas y excursionistas? Es obvio que los ciudadanos no. Estos sufren las consecuencias pero no perciben beneficio alguno.
¿Y se han analizado los costes en dinero público, que supone la gestión urbana de estos millones de visitantes, que evidentemente ha de sufragarse con los impuestos de aquellos ciudadanos que no reciben beneficio alguno?
Esto es solo la punta del iceberg que está comenzando aflorar y que si no se sabe gestionar, la insostenibilidad terminara emergiendo del todo, que por supuesto lograra que se pierda competitividad turística.
Hay un hecho cierto que es que existen segmentos turísticos que no son compatibles ni en tiempo ni en espacio y por tanto es imprescindible definir hacia que demanda se quiere dirigir. Porque las motivaciones y expectativas de cada segmento de mercado son muy diferentes, pero coinciden en un mismo entorno físico.
Pero como digo en el titular, la culpa no es del turismo, sino del modelo turístico o quizás de la ausencia de modelo turístico que debería tener el destino. Y quizás ahora los incrédulos de la sostenibilidad comenzaran a sospechar que no es solo una palabra de moda y más siendo este año, el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, sino que sostenible implica ser competitivo y generar desarrollo, no es solo mejorar o crear riqueza para unas cuantas empresas, sino que se perciba un beneficio para el conjunto de la comunidad implicada o afectada.
Sería bueno recordar que las ciudades, no están diseñadas ni preparadas para ser un destino turístico y responder a las expectativas de los visitantes, sino para dar satisfacción a sus habitantes, donde además se abren para recibir una llegada de turistas, pero de forma sostenible, sin alterar sustancialmente el equilibrio social, ambiental y cultural.
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