Un destino no es una marca, ni unos recursos.
Es muy difícil por no decir imposible ser innovador si no hay una creatividad anterior y yo diría que permanente, ya que la innovación es algo dinámico y conlleva una actitud pro-activa, es decir no se trata de acciones puntuales que puedan resolver una problemática, sino una hoja-de-ruta que ayuda a diferenciarse, posicionarse y anticiparse al futuro inmediato, teniendo en cuenta siempre la respuesta de la demanda y la realidad del territorio donde se trabaja.
Como sabrán, casi siempre la innovación se liga a la tecnología y en concreto a las aplicaciones en telefonía móvil y a los denominados destinos inteligentes (Smart Destinations), pero es que una mayoría de destinos adolecen de la parte clave de la inteligencia creativa, que se trata más bien de atreverse a formular propuestas que se salen de las reglas establecidas y que no necesariamente han de traducirse en grandes inversiones, ni mucho menos.
Un mal o erróneo modelo de gestión turística ha traido la no querida #turismofobia, que sin duda ha conducido a la #turistofobia, algo que s e podía haber predicho sin ningún problema, por ejemplo teniendo en cuenta los principios de la #sostenibilidad turística, pero una vez ocurrido, ya es más difícil y mucho más costoso su vuelta atrás.
Pero me gustaría más bien enfocar el tema hacia destinos todavía no creados, estructuralmente o en proceso de creación, porque hay que recordar que un territorio existente, ya sea una zona rural, natural o urbana, hay que transformarla en un destino turístico y esto no significa, crear una marca y una entidad de gestión, que serán posteriormente imprescindibles, sino crear estructuras funcionales que al final sean capaces de gracias a éstas, desarrollar experiencias y productos turísticos sostenibles y competitivos.
Poner en valor productivo un territorio, a través del turismo implica una serie de actuaciones y sobre todo cambios muy importantes y a veces radicales, muy difíciles en zonas o sitios conservadores, como el espacio rural, donde conseguir cambios transformadores cuesta mucho, pero sin duda alguna se necesitan si se quieren obtener mejores resultados en términos de desarrollo local en base al patrimonio natural, cultural y social existente.
Es más que obvio que le modelo actual de desarrollo y gestión turística, en concreto en las zonas rurales no funciona, porque no se obtienen los resultados económicos, ambientales ni sociales que se esperaban. Quizás las expectativas eran muy altas, pero estoy convencido que no ha existido una buena planificación y sobre todo no se ha acometido la problemática de estos territorios de forma creativa e innovadora, ya que quiero ser bien pensado e imaginar que siempre ha existido buena voluntad e interés en apoyar el “#campo”, pero no basta con eso, sino saber que se quiere y usar las herramientas adecuadas, que no solo son ayudas económicas.
Todavía queda mucho camino por recorrer, pero el tiempo juega en contra, tanto por el aburrimiento o hartazgo de la gente,
como por el riesgo ambiental de apostar por otras industrias o inversiones dañinas, que supuestamente puedan generar más “riqueza”.
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