Uno de los factores más importantes de la dinámica turística de un territorio es su atractivo global, fundamentado en una serie de activos naturales, culturales y sociales que el visitante aprecia, bien sea en un proceso de suma (enriquecimiento personal) o comparación (banalización). La gestión de estos atractivos, el criterio con que se gestionan, es trascendental, pues, a la hora de diseñar el territorio, que, como principio, ha de resultar confortable y eficaz para la población autóctona.
Todo esto precisa de unos gestores que tomen conciencia de su rol en el desarrollo territorial, que va más allá de la conservación de unos recursos naturales o de unos vestigios, materiales e inmateriales, de la cultura autóctona. Para ello es imprescindible que el gestor sintonice no tan solo con los habitantes del territorio, sino también con aquellos visitantes que van, directa o indirectamente, a hacer rentable para la sociedad los activos locales, los turistas.
Es decir, el objetivo de difusión del patrimonio no es solamente la población del lugar, sino el conjunto de ciudadanos, turistas y residentes, afectados o implicados en el patrimonio de la localidad. Para que se produzca esa sintonía hace falta la comprensión del público en general y, por tanto, el discurso ha de estar al nivel de asimilación y disfrute tanto de turistas como de residentes. Lo más normal, lo que se encuentra habitualmente, es que los contenidos y formas de la difusión del patrimonio sean, sino grandielocuentes, muy dirigidos a la “alta escuela” de cada especialidad. Esto tiene su explicación en la valoración profesional que se hace normalmente de un gestor de patrimonio, al que se le exigen más méritos en las publicaciones, investigación, etc. que en el número y calidad de los visitantes.
Hay, pues, que exigir una cierta “vulgarización” ( no asustarse por la palabra ) que permita a los turistas y residentes de a pie, comprender , iniciarse o adentrarse en el conocimiento de ese patrimonio. Es decir, hay que bajar unos cuantos escalones en el contenido y las formas del discurso patrimonial, de manera que los visitantes ( normalmente consumidores de programas de TV banales, entre otras cosas) puedan hacerse con una perspectiva, que les permita, o no, dar continuidad a lo apreciado en aquella visita.
Hay una cierta tendencia, de rechazo, a generar productos de baja calidad para “turistas” como si éstos no merecieran contenidos y formas rigurosas. Si bien es cierto que el nivel medio de formación no es alto, se pueden hacer muchas cosas que hagan más atractivo el contenido y disfrute del patrimonio.
En los últimos años se han producido algunos avances en la difusión sobre todo en espacios culturales, con técnicas de teatralización, intervención de técnicas audiovisuales avanzadas, etc. Sin embargo, las grandes instituciones del patrimonio no han avanzado mucho en mejorar sus técnicas de difusión, cuando la sociedad está demandando nuevas perspectivas, más acordes con los hábitos de consumo de los ciudadanos medios.
A título de ejemplo, uno de mis conocidos realizó un viaje reciente a la Riviera Maya. Sus conocimientos sobre la realidad cultural de México eran escasísimos, pero aún así se animó a visitar Tulum. Las explicaciones del guía le hicieron despertar la curiosidad sobre la cultura maya. Hoy es un lector inagotable de todo cuanto se refiere a las culturas de México. Alguien (en este caso el guía) o algo estaban en el escalón perfecto para despertar el interés del visitante y hablar su idioma de comprensión.
No se dice aquí que para acceder al mundo de la cultura no deba haber una preparación académica adecuada. Lo que se afirma es que no todo el mundo tiene o ha tenido acceso a esa preparación y que, por ello, no pueda disfrutar del patrimonio que visita como turista. No creo que haga falta hacer un examen antes de entrar a un Museo o a un Parque Natural.
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