Sábado, 12 Mayo 2018 15:37

El riesgo de la sobreprotección

El riesgo de la sobreprotección

Damian Moragues

 

 

 

 

 

 

Entiendo que, salvo unos pocos -muy despistados o reaccionarios-, la mayoría de quienes trabajamos en turismo hemos adquirido, de una u otra manera, una perspectiva de sostenibilidad en la proyección de nuestro trabajo cotidiano. Los tres ejes básicos de la sostenibilidad: la conservación del medio ambiente, el equilibrio económico de lo proyectado y una justa distribución de la riqueza generada aparecen, cada día con mayor fuerza, en el contexto de la planificacióny gestión turísticas. Desafortunadamente todavía hay casos – más de los deseables- en los que la perspectiva de explotación a ultranza prima sobre otras consideraciones. Esperemos que la sensatez se acabe imponiendo y que la perspectiva de sostenibilidad sea habitual y cotidiana.

 

En este evolutivo mundo de la sostenibilidad han aparecido, con fuerza, organizaciones, más o menos poderosas, muy especialmente dedicadas a la protección del medio ambiente. Se ha etiquetado a sus militantes como los “ecologistas” y éstos han tenido un muy notable éxito social, incluso político, pues gran parte de sus propuestas medioambientales han sido apoyadas por la mayoría de la sociedad e, incluso, por determinados partidos políticos, especialmente del espectro de izquierdas. De hecho, los “ecologistas” se han convertido en muchos lugares en árbitros de la gestión medioambiental de muchas administraciones públicas. Sus actuaciones tienden hacia políticas en las que el mantenimiento del territorio (sin acciones que puedan comprometer su futuro) sean las prioritarias, poniendo el acento especialmente en zonas protegidas. Sin poner en duda lo maravilloso que es que, al menos una parte de la sociedad, por fin, sea protagonista de la protección del medio ambiente, se me plantea, desde hace años, una duda -simplemente una duda- sobre la eficacia de una “no gestión” territorial en aras de su protección. Es decir, dudo de que lo eficaz sea no hacer nada en determinadas parcelas de nuestro territorio.

 

Vivo, por suerte, en medio de un Parque Natural (aclaro: casa antigua anterior a la existencia del parque). Tras la declaración de este espacio como parque natural se produjo un “boom” constructivo, de urbanizaciones de fin de semana, en todo el anillo periférico del parque. Es decir, una zona determinada fue protegida a expensas de otras periféricas que fueron sobreexplotadas. En mis años de trabajo profesional me he encontrado con muchos ejemplos similares. Podría, incluso, argumentar que existe una regla no especificada ni calculada adecuadamente en la que se demuestra que una zona muy estrictamente protegida genera siempre un entorno sobreexplotado. En Europa, en América y, creo, en todo el mundo.

 

A pequeña escala algunos “modelos” turísticos especialmente protegidos, creados con ayudas públicas, en zonas ecológicamente muy sensibles, han fracasado en sus objetivos principales, porque han generado una dinámica de imitación de la oferta turística singular, más allá del área de protección, que se ha multiplicado indiscriminadamente y sin ninguno de los parámetros de prevención que se utilizan en el “modelo” implantado en el territorio.
En algunos países existen, incluso, denominaciones administrativas -más allá de la típica etiqueta de parque natural- para definir estas zonas en las que no se hace, explícitamente, nada. En Latinoamérica recuerdo haber encontrado (haciendo trabajos de planificación) zonas calificadas de “reserva de inmovilización”. Al preguntar qué significaba aquello, un funcionario nos respondió que era una “zona en la que no sabían que hacer y de momento no se hacía nada”.

 

Puede que abuse de un cierto maniqueísmo al contemplar, inicialmente, solo dos opciones de planificación territorial: la preservación a ultranza – la “inmovilización”- o una gestión “light” del territorio centrada en una vocación turísticasostenible, con todos los mecanismos posibles para evitar la sobreexplotación. Mientras que la primera opción me parece un enorme riesgo de futuro, pues, en definitiva, se conserva un espacio “virgen” para lo que pueda suceder en un futuro (en 30 o 40 años pueden cambiar Gobiernos o sensibilidades, por ejemplo), en el segundo se da una identidad y unos servicios al territorio que dificultarán su uso futuro para cosas distintas de lo que fue planificado.

 


Posiblemente no he generado más que dudas. Yo las tengo todas. Explorar estas dudas puede llevar a planteamientos más eficaces en la planificación territorial.
Pensemos. ¿Es eficaz la protección a ultranza? ¿Puede proponerse una planificación turística (Ojo: turística…no inmobiliaria) con garantías de evitar la sobreexplotación del territorio?¿…y más?


 

 

 

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