Hay sectores, entre ellos el nuestro, que parecen impermeables a las evoluciones políticas. Más bien, hay como una especie de rechazo a que la actividad turística se “contamine” de la realidad política que la envuelve. ¿No serán los sectores económicos “apolíticos”, tremendamente “políticos”? ¿Hay un turismo de derechas y otro de izquierdas? ¿Hay una extrema derecha turística? ¿Hay radicales de izquierda manejando los hilos de nuestro sector?
Quizás habría que entrar en estos debates. Quizás, por la vía de la discusión sosegada sobre la trascendencia y la vinculación del turismo al mundo político, se entenderían determinadas propuestas, determinadas acciones, o, simplemente, la consideración que tiene el gran público sobre nuestro sector de actividad.
De hecho. hay que tener en cuenta que la visión predominante del turismo es, normalmente, desde una perspectiva industrial. Es decir, se entiende que la actividad turística es algo empresarial que genera riqueza económica a partir de la conversión del tiempo y del espacio de los viajeros en opciones de negocio. Poco más allá se percibe fuera del balance beneficios/pérdidas de cada territorio, incluyendo en el saco de las pérdidas esas molestias a la población local, que han provocado, ya, notables protestas y una cierta audiencia en los medios de comunicación.
Quizás un cambio de paradigma nos ayudaría a encontrar nuestro lugar en la sociedad, más allá de la comercialización de nuestros activos culturales, nuestras costumbres y/o nuestros tópicos. He abogado muchas veces -e insisto en ello- por la consideración del turismo como un instrumento de difusión cultural, aunque a algunos les resulte exótico. Estoy seguro de que el cine es un instrumento de difusión cultural, aunque lo más consumido del 7º arte sean auténticos bodrios. De entrada, optar por una visión exclusivamente industrial o por una visión más amplia, la cultural, tiene una notable carga política. En tanto que industrial parece lógico que el sector sea dirigido -políticamente trascendente- por el empresariado y, además, en un momento de grandes cambios en la estructura empresarial. En tanto que cultural parece que las bases que sustentan el turismo son de titularidad pública en su mayoría (espacios protegidos, playas, instituciones culturales, etc.) y, por tanto, la actividad turística debería insertarse, de manera potente, en las políticas públicas. Máxime si se tiene en cuenta que el turista hace uso de todo el territorio (carreteras, hospitales, residuos, transportes, etc.) comportándose como un ciudadano temporal.
Si el turismo es tan solo una actividad industrial -que no lo creo- habrá que justificar y/o manejar de alguna manera el uso que se hace de lo público. Si el turismo tiene una dimensión eminentemente cultural habrá que ver cuál es el rol de las instituciones públicas de la Cultura en todo el proceso. Aún, si, como parece cierto, ambas perspectivas se entrelazan en una simbiosis afortunada -o no- el debate, el diálogo permanente, parece imprescindible. Máxime teniendo en cuenta la transversalidad de nuestra actividad turística. Todos los Ministerios, Consejerías, etc. se ven afectados, en mayor o menor medida, por una realidad que, en ocasiones, multiplica por 10 o por 50 los habitantes temporales de un territorio.
No hay nada más “político” y tendencioso que declarar un espacio – sea un espacio físico o un ambiente profesional – como “apolítico”. El “apoliticismo” es una ideología extrema que pretende apartar a un colectivo de la realidad socioeconómica en la que vive normalmente con una perspectiva muy conservadora. Debatir sobre las políticas turísticas y sobre el papel de nuestra actividad en la sociedad actual no puede ser más que beneficioso para todos. Por un lado, para encontrar, con mayor facilidad, soluciones para todos los problemas que el turismo, con miles de millones de usuarios en el mundo, encuentra y genera, y, por otro lado, para que el colectivo de los que trabajamos en una profesión tan hermosa, podamos comprobar la trascendencia que nuestra actividad tiene sobre la sociedad en que vivimos.
Uno de cada ocho ciudadanos de nuestro mundo actual es un turista (sin contar los desplazamientos de un día). Imaginar que esto no tiene trascendencia política ¿no es un desatino?
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