En general quienes trabajamos en turismo tenemos una visión, naturalmente, muy “buenista” de nuestra actividad. Entendemos, a priori y sin más, que el turismo beneficia a todos, cuando la realidad parece que no es tan maravillosa. Cierto es que hay una importante distancia conceptual entre el desarrollismo de los años 60 –cuando todo valía- y la sociedad actual, mucho más consciente de los riesgos y perjuicios que conlleva el desarrollo depredador. En muchas ocasiones parece que los responsables de la industria turística se han quedado anclados en posiciones que podríamos denominar, como poco, en antiguas, es decir todavía peligrosamente desarrollistas. Sin embargo, hay que decir, en su defensa, que la planificación del desarrollo turístico no es responsabilidad última del emprendedor turístico, sino que los instrumentos políticos que tiene la sociedad para organizarse juegan un papel trascendental en el despliegue de las “normas de juego” y los límites de la vocación turística de un territorio. En resumen, muchas acciones “depredadoras” de parte de la industria turística lo son como consecuencia de la dejadez o mala planificación de los responsables globales de un territorio.
Desde los efectos beneficiosos del desarrollo turístico, que los hay y muchos, de las primeras etapas de crecimiento, en las que el turismo tenía una imagen deseada, hemos ido derivando a posiciones, en sitios puntuales, en los que no se cuestiona ya el crecimiento de la actividad turística sino su misma existencia. Naturalmente, a pesar de los beneficios patentes del turismo en algunos lugares, el peso de los desequilibrios ambientales, sociales y culturales que la mala planificación ha propiciado en otros nos ha llevado a esta situación inestable.
Hay que destacar que, hoy, el desequilibrio principal –origen de gran parte del problema- está en la enorme brecha entre zonas turísticamente saturadas –económicamente destacadas- y zonas subdesarrolladas, con gran riqueza patrimonial, que aspiran a que el turismo de solución a sus problemas de desarrollo ( no tan solo económico ). Es decir, no es un problema de décadas de distancia, sino de decenas de millones de desarrollo. Por tanto, cuando nuestras estrategias de crecimiento optan por sobresaturar las zonas más desarrolladas turísticamente en lugar de favorecer nuevos implantes en áreas que lo necesitan, estamos abocando a la sociedad a rechazar la actividad turística y queda, ésta, retratada como una de las peores pestes del siglo XXI.
Hay que replantearse –a nivel global y a nivel local- la planificación turística, con nuevos instrumentos y con nuevos actores que representen más la realidad sociocultural del territorio. Es notable la ausencia genérica de algunos estamentos, como las instituciones culturales p.ej., en los trabajos de planificación turística de un país o región. El turismo se apoya en el patrimonio material e inmaterial de los pueblos y, por su carácter transversal, afecta a múltiples aspectos de la sociedad.
Finalmente, en una sociedad democrática avanzada, la decisión final sobre el futuro de su territorio está, exclusivamente, en manos de sus habitantes. Y éstos también tienen derecho a decir no. No están obligados a decir que sí, aunque a nosotros nos lo parezca. ¿Quiere ello decir que el turismo es malo? No, en absoluto. Es una actividad con importante contenido cultural y alta capacidad de dinamización económica que practican más de 1.300 millones de personas del mundo entero. Para que sigamos sintiéndonos orgullosos de nuestra profesión hace falta reconocer ese derecho al no, antes de que la imagen de los profesionales se vea muy comprometida y el futuro de un instrumento de desarrollo económico, social y cultural como el turismo quede colapsado.
P.S. Si al final de este breve artículo tiene Vd. la impresión de que hablo mal del turismo, reléalo de nuevo, por favor.
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