Y el tiempo se fue. Se fueron los días que he permanecido en este fascinante país, en el Irán antiguo, en el país de los persas, en el país en que la historia fluye por cada poro de sus piedras, por cada brizna de barro de cada uno de los minúsculos azulejos que decoran sus mezquitas, por la mirada, intensa y cálida de sus mujeres, por la rudeza y reciedumbre de sus hombres. Un país soñado en la niñez, añorado desde miles de kilómetros y convertido en fascinante realidad al contemplarlo.
Shiraz es una más de las históricas ciudades de Irán: sugerente, vital, cuna de importantes poetas como Hafez o Saadi Shirazi, otro grande e la literatura persa. Shiraz es la capital cultural de Irán conocida como la ciudad del vino, el opio, las rosas y las luciérnagas. Llegamos a Shiraz en un día de lluvia. Bendita lluvia. Les habíamos llevado la lluvia a un lugar donde las precipitaciones son escasas. Brillaba el suelo de la Mezquita de Vakil, a esas horas vacía. Brillaban los mosaicos que recubren la Mezquita, brillaban los ojos de algunas mujeres con las que nos cruzábamos. Brillaban sus sonrisas. Una inmensa ágora situada junto al Bazar de Vakil, nos permitía contemplar la grandiosidad física de la mezquita al tiempo que se percibía el espíritu latente con la que fue construida. Por un momento la imaginación nos lleva al bosque columnado de la Mezquita de Córdoba. El arte islámico por los cuatro costados, por el colorido de los azulejos de la mezquita de Nasi ol-Mok, por las vidrieras de colores.
No muy lejos de allí, nos encontramos con la ciudadela de Karim Kan, el que fundó la dinastía Zand. Más tarde se desembarazaría de rivales y se convertiría en Rey de Irán, eligiendo Shiraz como su capital. Una inmensa fortaleza construida en ladrillo, un material pobre, de una inmensa riqueza decorativa hacen de esta ciudadela algo armonioso que seduce a quien la contempla. Consta de cuatro torreones que tienen mayor altura que el propio muro. Fue residencia del rey zand y su familia.
“No sé quién habita en el interior de mi corazón cansado, apagado estoy yo, pero él, en gritos y alborotado”. - Hafez
La mesura se enseñorea en los habitantes de Shiraz cuando pasean por el Jardín de Nazar, un espacio donde compiten en belleza las cuatro estaciones del año. Un lugar donde se divertían las delegaciones extranjeras invitadas por Karin Kan Zand. La mesura, también, está presente en el Bazar de Vakil. Los ojos se dirigen extasiados hacia la abigarrada artesanía que fluye a cada paso, al colorido de caftanes, sedas, alfombras, joyas, especies, frutos secos. Aromas y sensaciones que se introducen en la piel como los versos de Hafez, dejándonos alborotada el alma. Y a él en su Mausoleo.
Otros Artículos del Columnista