A la construcción del conocimiento científico en cualquier campo del saber se la conoce con el nombre de epistemología, aquella parte de la filosofía que estudia los principios, fundamentos, extensión y métodos del conocimiento humano. Se distinguen dos escuelas: el empirismo y el racionalismo.
El empirismo es la doctrina epistemológica que afirma que cualquier tipo de conocimiento procede únicamente de la experiencia, ya sea experiencia interna (reflexión) o externa (sensación), y que esta es su única base. El empirismo parte de la base de que solamente es posible conocer con absoluta certeza la realidad mediante la observación sistemática de los hechos o fenómenos a investigar.
Por su parte, el racionalismo es la teoría epistemológica que, frente al empirismo, considera la razón como fuente principal y única base de valor del conocimiento humano en general. Según el racionalismo los principios fundamentales de la razón son ‘a priori’ y, por consiguiente, irreductibles a la experiencia.
Cuando, después de diez años de excedencia voluntaria como investigador del CSIC, periodo durante el cual fungí como consultor internacional, volví al Instituto de Economía había en él un equipo de investigadores que estaban realizando el estudio integral de desarrollo de Taramundi para el gobierno del Principado de Asturias. Su investigador principal contaba con la experiencia de haber participado en un proyecto de desarrollo turístico de la isla de Galápagos para el gobierno ecuatoriano. De modo puntual participé en el estudio de Taramundi como experto en evaluación de proyectos, pero preferí dedicarme al estudio de la economía de los cultivos forzados (bajo plásticos) de la Costa de Almería.
Recuerdo que el equipo dedicado al turismo estaba muy interesado en desentrañar la verdadera naturaleza del mismo, convencido como estaba de que aun no se conocía su naturaleza de forma convincente. Y de que para alcanzar este objetivo la solución no era otra que la realización de una batería de encuestas sobre todos y cada uno de sus componentes, de la que esperaba que, algún día, se revelara, por fin, su desconocida identidad. Con ello, no hace falta decirlo, se mostraba estrictamente partidario de la epistemología del empirismo.
Coincidía aquel equipo de investigadores con la generalizada opinión de la comunidad internacional de expertos científicos del turismo, cuya sucursal española (la AECIT) llegó a presidir años más tarde el investigador principal del mencionado equipo.
Cuando muy pocos años después decidí dedicarme al estudio del turismo me di cuenta de que no solo se practicaba generalizadamente un empirismo militante en el estudio del turismo, sino que se tenía la convicción de que había que huir como de la peste de la formulación teórica a la que conduce el racionalismo. Para los turisperitos del mundo el racionalismo cae en la mera especulación.
En efecto, el estado actual del conocimiento del turismo es la consecuencia de un empirismo a ultranza que llega, en sus versiones más radicales, a rechazar el racionalismo como única base de conocimientos. Por ello, el corpus dominante en el turismo consiste en una minuciosa descripción de conductas de los turistas, de los proveedores de servicios turísticos y de los poderes públicos que regulan las actividades de unos y otros.
El descriptivismo imperante es similar al que se refiere a una mujer que es la esposa de un hombre, la amante de otro hombre, la madre de tres hijos en edad escolar, que es obrera de la confección, delegada de taller, tesorera de una asociación de vecinos, segundo violín en una orquesta de aficionados, de constitución fuerte, pero con una disposición ligeramente neurótica depresiva, y que pertenece —casi me olvido de ello— a la iglesia católica practica ocasionalmente la comunión. Aporta tal cantidad de datos porque no solo ignora cómo se llama esa mujer, sino que renuncia a conocerlo.
Mi investigación del turismo partió de una crítica de las aportaciones del empirismo descriptivista. Pronto me percaté de que la obsesión empirista había llevado a los turisperitos al olvido de la necesidad de contar con una teoría explicativa, buena o mala, capaz de ordenar los datos de la observación y darles un perfil manejable. En definitiva, que la investigación se viene llevando a cabo sin un correcto planteamiento del problema a investigar.
El resultado de mi investigación me llevó a formular la teoría capaz de ofrecer la claridad imprescindible que permitiera disponer de una simplificación operativa. Así fue como conseguí establecer que la naturaleza del turismo no es otra que la de consistir en un objeto perfectamente identificable, la de ser un programa de visita con contenido. A partir de aquí todos sus componentes quedan ordenados y dispuestos para su manejo y progresivo conocimiento científico
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