El rev. Thomas R. Malthus (1766, Surrey – 1834, Hertford) fue, a juicio de su gran admirador y re evaluador John Maynard Keynes (1883 - 1946) el primer economista de la escuela de Cambridge. Cursó estudios en el Jesus College, de la Universidad de Cambridge, donde en 1793 fue elegido miembro del equipo de dirección, puesto al que debió renunciar en 1804 por haber contraido matrimonio. Desde 1798 fue cura en la parroquia de Albury, en su ciudad natal. De 1805 hasta su muerte fue catedrático de Economía Política e Historia Moderna en el colegio de la East India Company, Haileybury.
Se tiene como su principal contribución a la economía una errónea teoría de la población, expuesta en el 'Ensayo sobre el principio de la población' (1798), donde sostiene que la población tiende a crecer más rápidamente que la oferta de alimentos disponible para sus necesidades. Dado que pensaba que la producción de alimentos crece a un ritmo menor que superior que la población, creía que la Humanidad estaba condenada a sufrir hambrunas, tanto más graves cuando mayor fuera el diferencial del crecimiento de ambas macromagnitudes. Por esta razón, el famoso historiador y ensayista Thomas Carlyle (1795 - 1881) dijo que la economía es la ciencia lúgubre, un calificativo despectivo con el que trataba de diferenciarla de la llamada "gaya ciencia", la que se ocupa de la composición de canciones y versos.
Pero Malthus no solo fue el primer estudioso de la población dando nacimiento a la moderna demografía. Fue también el primer economista que, en pleno auge de la llamada Escuela Clásica, la que se basa en las aportaciones de su gran amigo David Ricardo (1772 – 1823), puso en cuestión sus más señeras aportaciones en sus obras “Investigación sobre la naturaleza y progreso de la renta” (1815) y “Principios de Economía Política” (1820), la de que la economía se regula por sí misma gracias a la llamada “mano invisible” del mercado. Los economistas que siguieron a David Ricardo prefirieron adscribirse a sus aportaciones y abandonaron las líneas críticas iniciadas por Malthus.
Fue Maynard Keynes quien se percató, ya en 1914, de la seminal aportación malthusiana a la crítica de la escuela económica ortodoxa. En 1922 pronunció una conferencia en Cambridge, en la que expuso los rudimentos de lo que sería la base de su principal obra, “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” (1936), con la que provocó una verdadera revolución en el seno de la economía y de la política económica. En su obra “Ensayos biográficos” (1933), Keynes reconoció de un modo tajante que, si en lugar de Ricardo, hubiera sido Malthus el tronco del que hubiera partido el desarrollo del pensamiento económico del siglo XIC, ¡cuánto más rico y sabio hubiera sido el mundo de hoy!”. Keynes detectó, en base a las ideas de Malthus, que, cuando la demanda efectiva cae, la flexibilidad de salarios no conduce al pleno empleo como creen los dogmáticos y, que por tanto, lo que se impone es una política económica que “cebe la bomba”, es decir, el consumo y la inversión. Así de elemental. Porque, como se ha dicho agudamente, no hay nada más práctico que una buena teoría.
El autor de esta entrada no puede menos que reconocer, aunque con ello peque de falta de humildad, que la doctrina convencional del turismo es semejante a la escuela clásica de la economía. Ambas son dogmáticas. Ambas prefieren los argumentos academicistas y abstractos. Ambas se irrogan un poder absoluto desde el que sus adscritos se oponen a la crítica constructiva, la que denuncia sus carencias en la observación de la realidad y, por ende, el alejamiento de los correctos planteamientos del problema. Sin ellos, las soluciones a las que se llega serían menos equivocadas. Es justo lo que acontece con el rechazo de las aportaciones derivadas de la economía de la producción turística, las que vieron la luz en 1988. Desde entonces, el autor ha seguido insistiendo en ella por medio de libros, congresos y artículos en revistas científicas sin que el turisperitaje se dé por aludido. Con Keynes podríamos decir: ¡Cuánto más eficiente serían tanto la investigación como la enseñanza del turismo y, por supuesto, la inversión, si las instituciones dominadas por los turisperitos hubieran admitido las críticas constructivas que se le viene haciendo desde hace ya nada menos que tres décadas!
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