Lunes, 23 Abril 2018 15:56

Vive Usted en Asturias? - 1

Vive Usted en Asturias? - 1

Francisco Muñoz de Escalona

 

 

 

 

 

Si uno es español es muy probable que no viva en Asturias ya que solo uno de cada cuarenta españoles vive en el Principado. Pero mucho menos probable sería si usted no es español, ya que solo uno de cada seis mil habitantes de la tierra vive en Asturias. La pregunta es, pues, retórica y solo pretende situar al lector en esa región cantábrica española que forma parte de la Iberia verde, una región que no hace tanto era una de las más prósperas del Reino de España y que, desde hace algunas décadas, ha entrado en una fase de decadencia de la que, solo con tanto esfuerzo como suerte, podrá salir. Asturias es una de las regiones más envejecidas de Europa, una característica que hoy le permite disfrutar de unas transferencias netas de riqueza sin endeudarse pero que, si no aumentan pronto y sustancialmente sus aportaciones al acervo común, entrará en un proceso de empobrecimiento que no dejará de apreciarse a ojos vista.

 

Y lo digo porque hoy no se aprecia a simple vista que Asturias sea una región empobrecida. Hoy por hoy, quienes vivimos en Asturias disfrutamos de eso que se ha dado en llamar calidad de vida, no solo alta sino muy alta, por supuesto mucho más alta que la que tienen quienes viven en Madrid, París o Hamburgo.

 

Si usted, lector, es uno de los pocos terrestres que viven en Asturias lo más probable es que resida en el centro, ese territorio situado entre las minas de la cuenca minera del Nalón, al sur, el litoral de la romana y portuaria Gijón, al norte, el concejo de Siero, al este, y el de Grado, al oeste. Este territorio es lo que llaman pechuga de Asturias, pero si no le gusta esta metáfora aviar puede llamarle Ciudad Astur que es como viene proponiendo llamarla con tanto acierto mi ilustre amigo el geógrafo Fermín Rodríguez sin que, quienes mandan en estos asuntos, le hagan el caso que merece. Muy pocos asturianos, cada vez menos, viven en algunas de las alas del ave de la metáfora, porque Asturias no es una excepción a la implacable ley del éxodo rural.

 

Como residente en Asturias me tengo por un privilegiado, ya que vivo a caballo entre la pechuga y el ala occidental, entre Oviedo y Salas, la villa a la que llaman Puerta de Occidente. Un prócer de Salas fue Fernando Valdés – Salas, a quien sus albaceas enterraron en su propia villa natal, en un soberbio mausoleo encargado al escultor de cámara de Carlos V, Pompeo Leone. Arzobispo de Sevilla y fundador de la Universidad de Oviedo, Valdés – Salas fue también Inquisidor General y, como tal, llegó a ser regente del reino durante una de las ausencias de Felipe II. Digo esto porque, cambiar de residencia entre Salas y Oviedo tan a menudo como yo lo hago, podría haber sido un privilegio para Don Fernando, quien, obviamente, y a pesar de sus muchas riquezas, no pudo incluirlo entre tantos como tuvo.

 

Es esta mi ubicua forma de residencia, la que me permite conocer tanto la villa capital a la que todavía se le puede saborear su sabor medieval (Salas se llama hoy después de haberse llamado durante siglos Pola del Nonaya) y la aún más medieval y sin duda levítica ciudad de Oviedo, la Ovetum que fue la tercera y definitiva capital del reino de Asturias y que tan certeramente recreó Leopoldo Alas en su inmortal obra La Regenta. Una, Salas, es la capital de un concejo eminentemente rural y la otra, Oviedo, es también la capital de un concejo en el que, aunque predomina lo urbano, todavía es apreciable la actividad rural, ya que está rodeada de explotaciones ganaderas como otras ciudades lo están de degradados suburbios de miseria.

 

Dicho lo que antecede me va a permitir el lector, que seguramente contestará negativamente a la pregunta del título, que le deshilvane en unas cuantas reflexiones las líneas prioritarias a través de los cuales la elite regional cree que se conseguirá que la economía asturiana levante el vuelo hacia un futuro más prometedor que el poco alentador presente. Esa línea no es otra que lo que se ha dado en llamar desarrollo turístico, una expresión de ambiguo significado con la que se alude, de acuerdo con los turisperitos, a las inversiones privadas en servicios de alojamiento y restauración al amparo de las inversiones públicas en servicios de accesibilidad, animación pública, espectáculos de masa y mejoras urbanas, todo ello adobado con crecientes dosis de promoción, marketing multimedia y publicidad a tope, financiadas con fondos públicos, claro.


 

 

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