Alguien inventó un sistema de “marketing relacional”, haciendo que los clientes se inscribieran en atractivas listas, con la promesa de que con cada vuelo o consumo que hicieran y mencionaran su afiliación al sistema, podrían conseguir volar gratis en un futuro. El nuevo invento funcionó tan bien, logrando atraer a muchos viajeros, posibles clientes, que casi todas las aerolíneas implantaron sistemas similares, incluso algunas alianzas entre aerolíneas permitían agrupar las famosas millas.
Ante la avalancha de tarjetas, algunas cambiaron su nombre a puntos u otras denominaciones novedosas que les permitieran mantener identidades propias. El resultado es que nos encontramos con varias tarjetas, y en cada vuelo tenemos que pedir cual es la aceptada. Con el tiempo, tenemos mensajes de cada uno de los sistemas, y es muy difícil saber cuál es el vuelo que nos interesa, en cada necesidad. Tenemos multitud de saldos que nos es muy difícil aprovechar. Por saturación, el sistema se vuelve poco efectivo y terminamos tomando el vuelo más económico, aprovechando las ofertas con las que nos quieren seducir cada día.
Lo más incomprensible para mi es que las ofertas que las mismas aerolíneas nos presentan, nunca se pueden aplicar a los titulares de la tarjeta de puntos de la misma empresa. Entonces para qué sirve inscribirnos en el sistema de clientes fieles, si en la práctica se nos trata como cualquier cliente recién llegado.
El respeto y la empatía aún no han llegado a estos sistemas.
Ha triunfado la despersonalización, la robotización, y el anonimato.
Seguiremos pendientes de las ofertas, y si son de alguna aerolínea conocida, tanto mejor.
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