Me confieso totalmente inepto para poder ubicar en el calendario las fiestas móviles, tales como la Semana Santa y los Carnavales. En algunos casos, he tenido la sensación de que cada país o ciudad, ubica los Carnavales en diferentes fechas, de acuerdo a sus propias tradiciones, ignotas para los mortales de a pie. Siempre confío en las alertas que llegan de las agencias de viaje. Pero sobretodo, los medios de comunicación nos promocionan con suficiente adelanto, los Carnavales como fechas inevitables pensadas para la alegría, el desenfreno, el traspaso de límites culturales y filosóficos.
En los Carnavales, casi todo está permitido. Incluso decirles verdades contundentes a los políticos más dogmáticos. La irreverencia está a la orden día. Todo, o casi todo está permitido en esas breves fechas. Pasado el Carnaval, volvemos todos a nuestra actividad habitual, hasta el año próximo. Y si podemos aguantar un año más de incomodidades, sabemos que al final, llegarán los Carnavales y podremos volver a criticar todo lo que durante el año tenemos que soportar. Una válvula de escape para nuestras tristezas y frustraciones.
Pero el deseo de felicidad es común a todos los humanos. Me alegra ver como grupos de jóvenes aprovechan los desfiles para promocionar sus ideas más innovadoras. Uno que recientemente vi, era formado por un grupo de estudiantes alertando por las agresiones que la humanidad lleva haciendo a la naturaleza. Título de la carroza: “Naturaleza muerta”.
Otro grupo que me ha llamado la atención, por su simpatía y coordinación, fue la una familia con todos sus integrantes vestidos con sacos. Es decir, en vez de un solo miembro que se podría llamar “el hombre del saco”, este grupo se podría llamar: la familia del saco.
Todos queremos recibir nuestra parcela de alegría, y mientras sea sana y no molestemos a nadie, pues disfrutemos todos, este año, y todos los demás.
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