La televisión y el cine son medios de difusión globales que permiten hacer llegar cualquier noticia a todos los rincones del mundo que dispongan de ellos. A menudo se tiende a creer que lo que dice la televisión tiene valor notarial, o al menos es de aceptación universal reconocida. En la práctica, la televisión se ha convertido en un ejemplo a imitar o envidiar. Nada que ver con valores esenciales en nuestra convivencia. En nuestra industria, la televisión nos da ejemplos poco profesionales, que hay que considerar seriamente si son adecuados, éticos, o responsables.
Solemos ver a cocineros, algunos muy simpáticos, que preparan recetas muy atractivas, pero sin quitarse sus joyas de las manos, sin afeitarse, y pocas indicaciones de prácticas higiénicas reconocidas. Una excepción es mi admirado Karlos Arguiñano, quien además de simpático demuestra una gran profesionalidad en todos sus movimientos ante las cámaras. Solo vean la destreza con que maneja sus herramientas, escrupulosamente limpias y ordenadas.
La televisión, en mi opinión, debería ser un ejemplo para todos, en cualquier profesión o actividad. Demostrar que es más efectivo trabajar o actuar siempre con consideración y respeto, máxima higiene y limpieza, sin palabras inconvenientes, y asumiendo las reglas más reconocidas de profesionalidad internacional. Puede, y debería, ser un instrumento de ejemplarización de las mejores prácticas, y modelo a imitar para el éxito social o profesional, sea cual sea nuestra actividad.
En hostelería siempre se requieren profesionales bien formados, con criterio de trabajo y responsabilidad. La televisión y el cine no siempre presentan buenos ejemplos, a tomar como referencia. El valor educativo de la televisión no parece que esté siendo bien aprovechado en este momento. Es demasiado frecuente percibir la consideración del turismo, especialmente la hostelería, como actividades secundarias, en las que se refugian los que no tienen otra forma de subsistir.
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